domingo, octubre 23, 2011

Talking to the Moon



En ocasiones no sabía cuál era el porqué del comportamiento de sus lágrimas. Ellas solían querer huir de un momento a otro y, muchas veces, ni siquiera había una razón para ello.

Acostumbraba pasar las horas libres observando por su ventana. Experimentaba una especie de atracción a ese cuadro de madera barnizada y lo que él le permitía ver. Quizás era porque le gustaba mirar a las demás parejas pasar tomadas de las manos, abrazados y olvidando que el resto del mundo también existía. O tal vez era porque se imaginaba que en cualquier minuto, lo vería asomarse por la esquina habiéndola encontrado al fin. Su alegría iba a ser tan grande que perdería los sentidos en el abrazo tierno que se darían. Pero las tardes pasaban y él no aparecía. Las mañanas se volvían atardeceres, las tardes se convertían en noches y nuevamente, éstas en cálidos amaneceres.

-          No quiero dejarte-recordaba esas amargas palabras. Por qué los adultos complicaban todo? ¿No podían simplemente vivir sus vidas sin afectar las de las demás personas? Esos ojos celestes se iban apagando poco a poco. La luz escapaba de ellos como si estuviera en una presesión muerte- Pero no te olvidaré.

-          Búscame- respondió ella con la voz desolada. El amor de su vida se iría lejos y no tendrían los medios ni la información suficiente para volver a comunicarse- y te prometo que todo será como antes- podía sentir aún el calor de sus manos. Era tan extraño pero suave al mismo tiempo. Esos días eran fríos y sí, eso lo recordaba bien porque aún era capaz de sentir el olor a hogar que emanaba la bufanda azul que él llevaba. Pero con sus manos en las de ella y las lágrimas en sus ojos, el frío no era preocupante.

-          Por todo el mundo si es necesario- su voz… su voz le había hecho eco en sus oídos. Sonrió al sentirlo cerca nuevamente, y al volver a percibir el mismo calor en el pecho que sintió años atrás cuando escuchó esas palabras- Sólo espérame y no me olvides- y esas habían sido las últimas palabras que él le otorgó antes de consumirla en un abrazo tan dulcemente angustiante y tristemente lleno de alegría, recuerdos y esperanza. Sus palabras finales la marcaron por siempre y cómo no si su partida fue el momento más traumante con el que ella tuvo que lidiar.


Los años transcurrieron y ella nunca olvidó su promesa. ¿Él lo había hecho? Tal vez era simplemente la distancia, la maldita distancia podría ser eterna. Sí, en definitiva ese era el motivo de su demora. No sabía cuantos árboles los separaban, ni cuantas calles tendría que recorrer él buscándola para finalmente ver esos ojos pardos. O quizás simplemente se había olvidado de que ella lo estaba esperando. ¿Sería posible?

No… él no haría eso. El lazo que forjaron durante los quince años que compartieron había sido sólido y, por lo tanto, era lo bastante firme para resistir el paso del implacable tiempo que todo lo mata. No. Estaba segura que él no la había olvidado, porque si lo había hecho, ¿de qué le servían todas esas noches hablándole a la luna? ¿Qué ganaría con esperar que él estuviese del otro lado hablando con ella también? Su mente era la tonta. Su mente quería jugarle una mala pasada y hacerle creer que él no volvería nunca. Pero ella sabía la verdad: en su corazón sentía que él la seguía amando y que si demoraba y si ella pasaba noches y noches hablándole a la luna para que ella les sirviera de medio mágico para comunicarse era sólo por la distancia. ¡Y es que el mundo es tan grande! ¿Y no creerás que la persona que amas se abrirá paso en ese mundo de tinieblas en un par de días, verdad?


Sabía que él estaba en alguna parte allá afuera. Allá afuera entre todo el caos de esa humanidad ruidosa en la que les tocó nacer, y que hacía lo posible para que se volvieran a juntar. Era por eso que cada noche, apenas las estrellas iluminaban su habitación, subía hasta el borde de su ventana y esperaba que la luna quedara frente a ella para iniciar su conversación. Creía que de esa forma llegaría a él y mantenía la esperanza de que él estuviera al otro lado hablándole también; contándole sobre su día, contando los intentos inútiles pero cada vez más cercanos para llegar a ella y librarla de esa prisión.

A veces era tanta la intensidad de sus pensamientos que podía jurar que escuchaba su voz desde el otro lado. Y sonreía e imaginaba su risa y sus ojos y sus manos y sus caricias y su voz y sus canciones y su cabello y el brillo de su sonrisa y el dulce rosa que emitía en sus carcajadas.


-          Un poco más. Sólo un poco más y estaremos bien- sonrió convencida. Estiró sus piernas y encontró el camino hasta el suelo. Dio pasos ligeros para que nadie oyera que estaba en la ventana nuevamente y así no la regañaran. Se tendió en su cama y cerró sus ojos con la misma esperanza de todas las noches: quizás mañana sería el día.

El sonido desgarrador del metal contra el suelo indicaba que su puerta estaba siendo abierta. Otra vez ese odioso gigante de blanco con mil y una pastillas. ¿Cómo podrían creer que eso la haría sentir mejor? Ilusos. No sabían nada sobre ella ni de las demás personas que ahí había. Después de su amargo sorbo de agua se asomó a la ventana. Y esa era la rutina de sus últimos días. Ese mañana sentía una inusual sensación en su estómago. Era como si sus sonrisas todas nacieran desde ahí y ya quisieran salir a iluminar el mundo. ¿Sería ese el día? ¿Finalmente podría abrazarlo de nuevo? La sola idea causó que su particular sensación aumentara y su boca explotó en tenues y alegres risitas.

Se volteó ágil cuando sintió en el pasillo los pequeños pasos de la enfermera. Eran como si pequeñas zarigüeyas quisieran pasar desapercibidas delante de su depredador. La señora se paró junto a la puerta fingiendo una sonrisa.

-          Beatriz, el desayuno está servido. Tus amigas te están esperando- quiso darse la media vuelta pero las palabras de la joven la mantuvieron pegada en su sitio.

-          Hoy es el día, Julia. Hoy vendrá por mí- la creciente sonrisa que iluminaba el rostro de Beatriz parecía ir más allá de su cuerpo. Pero la tal Julia no se dio por aludida.

-          Vamos, ¿si?- la empujó con suavidad por la cintura y la condujo por un largo pasillo lleno de puertas con nombres en pequeñas pizarras. La sonrisa de Beatriz no cambio para nada. Llegaron hasta el comedor y la sentó junto a demás mujeres. Su bandeja tenía una caja e leche de frutilla, un sándwich y un gran plátano. La mujer que estaba sentada a su lado estiró su mano y cogió la fruta. Beatriz pareció no notarlo. Pero cuando la mujer empezó a comerlo, la joven reaccionó.

-          Debes pedir las cosas, Carolina. No te enseñaron modales?- la susodicha comenzó a desfigurar su rostro. Sus cejas se levantaron, su nariz se arrugó, sus mejillas se tensaron y mostró los dientes. Por Dios! ¿De dónde sacaban sus comportamientos esas muchachas?

-          ¿Y a ti no te enseñaron a respetar a los muertos?- refutó arrogante Carolina. Beatriz sólo hizo un giro con su mano para restarle importancia al asunto. Tomó con cuidado su bombilla y la metió en la cajita para comenzar a sorber la leche. La conversación con el resto de sus amigas era amena, pero ella no podía quedarse por más tiempo. Algo le decía que hoy vería a Mateo nuevamente y no podía esperar más para ir a su ventana y divisarlo desde ahí. Se levantó de su silla y dirigió sus pasos hasta la salida del comedor, pero otro gigante de blanco la detuvo.

-          No terminaste tu desayuno, Beatriz- murmuró el alto hombre.
-          No importa, no tengo hambre- sonrió ella amable- Tengo que ir a mi ventana, me dejas pasar?- imploró juntando sus manos y tratando de parecer más dulce. Quizás alguna fibra de ese gran hombre se movería y por hoy haría una excepción. Después de todo ya llevaba mucho tiempo fuera de su mirador y si él no la veía, podría devolverse y eso, eso sería un caos. Él negó con la cabeza y con su mano señaló hasta su desayuno. Era un necio!- Es que no me estás entendiendo. Hoy estoy casi segura que veré a Mateo de nuevo- una nueva sonrisa rebosó su rostro entusiasta- y si no me ve por la ventana, podría irse, y ya no me encontraría, y tendría que empezar a buscarme de nuevo, y eso demoraría más días y meses y años- la sonrisa entusiasta que hacía segundos se había formado, se fugó como un rayo. La desesperación empezó a apoderarse de su ser y sus manos no encontraban los movimientos precisos para mostrarle a ese hombre cuán importante era la ventana en su vida. El aire se le estaba escapando poco a poco y ella no quería sentir eso- y la luna está un poco cansada de escucharme todas las noches… y- tomó una bocanada de aire- y Mateo tiene que encontrarme, porque sino, terminará de pasar su vida sin mí, y- suspiró. Pero ya se estaba haciendo demasiado tarde-

-          No vendrá, Beatriz. Vuelve por tu desayuno- ¿pero qué demonios tenía mal en la cabeza ese hombre? Acaso no veía lo que ella estaba sufriendo? Era indolente a toda esa falta de aire y de sentido sin Mateo? Sus bocanadas de aire se hacían cada vez más rápidas y la mano en su pecho no estaba surtiendo el efecto que ella pensó que podía tener. Cualquier intento por controlar su respiración se le hacía inútil. Negó con la cabeza, y estiró su mano tratando de pasar por un lado de aquel gigante de blanco- Está muerto! No vendrá! Ve por tu desayuno!- esta vez las palabras de ese hombre calaron hondo en todo su ser. ¡Estaba loco! Su Mateo no estaba muerto, eso sí que era cómico. Estúpido guardia! Comenzó a reírse. Ni siquiera sabía de que lugar exactamente provenía su risa, pero de un segundo a otro Juliana estaba a su lado y dos hombres más aparecieron de la nada. Sus carcajadas ya no eran de risa, eran de nervios. Las miradas de esa gente la ponían mal. ¿Por qué le hacían eso? Mateo estaba buscándola, la luna era testigo de eso. Ella lo sabía. Podía sentir que él seguía en su búsqueda frenética y que sólo la distancia era la causante de la demora. ¿Por qué nadie podía entenderla?

-          Cómo se te ocurre decir eso de mi Mateo!- no supo cómo pero de un momento a otro se vio dándole un empujón a ese alto y fornido hombre. Pero Dios! Perdón… ella no quería hacerlo. Ni siquiera sabía que tenía esa fuerza, ella no quería hacerle nada a nadie. Solo pretendía llegar a su ventana y esperar a divisar aquellos ojos celestes que tanto la tranquilizaban. Julia la retuvo de un brazo y uno de los otros hombres del otro. La estaban llevando a otra dirección! No! Ella tan sólo quería su ventana. Su preciada ventana, ¿a quién le hacía mal con eso?- No!- gritó con todo el aire de sus pulmones, pero al parecer no fue suficiente- mi ventana! Mateo! Mateo!- su voz era desgarradora pero no conmovía a nadie. La pequeña Beatriz no quería ir a ese otro lugar! Trató de librarse del amarre de sus brazos, pero le fue inútil. No comprendía por qué tanta represión. No le sirvió lanzar patadas, intentar morder, golpear ni nada. Nada de lo que hiciera surtía efecto en esas personas. Eran unas descorazonadas personas infelices que la alejaban de su ventana, de su vista, de su luna y de su Mateo. No se dio cuenta cuando dejó de patalear. Sólo sintió un pequeño piquete en su brazo y un líquido frío recorrer su sangre. Un escalofrío lastimoso la recorrió de punta a punta y después de unos segundos sintió a lo lejos, cómo paraba de tiritar.

Lo que no sabía era que Mateo, su Mateo, no llegaría. Y que por más que ella lo esperase él no aparecería. Los celestes ojos de Mateo se habían apagado, tristes, hacía muchos años atrás en un accidente de tránsito mientras volvía del colegio de la mano de Beatriz. Pero su mente bloqueó aquellos recuerdos y la tenía viviendo en una realidad alternativa que sólo ella entendía. Lo que sí sabía era que Mateo era lo único que ella tenía y que cuando lo volviera a ver iba a ser realmente feliz.

Una pequeña luz se abrió paso tímidamente por sus pestañas.¡Ya era hora! Su mejor amiga, la luna, ya estaba aquí nuevamente! No pudo contener su regocijo y se levantó de un brinco de su cama. Sí, ya estaba en su cama, quién sabe cómo había llegado ahí pero eso no importaba. ¡La luna estaba ahí! Trepó hasta la ventana y se sentó donde siempre lo hacía. ¡Pero qué día! ¡Pasó tan rápido que ni cuenta se dio! Así era como le gustaba: la gran bola plateada frente a ella, con la sonrisa más grande que alguien pudiera darle en ese ruidoso mundo y lista para conversar.

¿La estaría escuchando Mateo? ¿Estaría haciendo lo mismo aquella noche? ¿Le contaría sus intentos fallidos pero cada vez más certeros que realizó ese día para encontrarla? ¿Podría escuchar su voz esa noche? Pasaron las horas y la luna aún no quería dejarla ir a dormir. Esa bola plateada- sonrió al momento que ese pensamiento cruzó su cabeza- siempre sabía cómo entretenerla.

-          Un poco más. Sólo un poco más y estaremos bien- una nueva y radiante sonrisa se apoderó de su rosa boca. Estiró sus piernas y encontró el camino hasta el piso. El sueño se la estaba ganando así que se tendió en su cama y cerró sus ojos con la misma esperanza de todas las noches: quizás mañana sería el día.





3 comentarios:

  1. Es muy triste =(
    Igual estuvo muy lindo...pero ashhh por un instante creí que Mateo si iba a volver.
    Te dejo un beso, me gusto mucho!! Bye ^^

    ResponderEliminar
  2. que lindoo está!!.. también pensé que Mateo regresaria...

    ^^

    ResponderEliminar